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La economía circular impulsa innovación, reduce riesgos y puede aportar S/14,000 millones a la economía peruana al 2030.
Marian Buraschi - Socia y Directora de Libélula
El modelo económico lineal —extraer, producir, usar y desechar— está agotando su rentabilidad y exponiendo a las empresas a un riesgo financiero creciente por la volatilidad de materias primas. El Banco Central de Reserva del Perú (BCRP, 2024) alerta que el consumo global de materiales se duplicará hacia 2060, reflejando la dependencia del crecimiento económico de recursos finitos. Frente a este contexto, la economía circular no debe entenderse como un costo adicional, sino como una palanca estratégica de competitividad.
Perú ya formalizó esa visión con la Hoja de Ruta Nacional de Economía Circular al 2030 (HdRNEC). Su implementación podría aportar S/14,000 millones a la economía —aproximadamente un 2% del PBI— y generar más de 300,000 empleos sostenibles al final de la década (PCM, 2025). No es una aspiración ambiental, sino una oportunidad económica concreta para las empresas.
La adopción de la economía circular ofrece retornos superiores al promedio y fortalece la resiliencia de las cadenas de suministro. Estudios internacionales estiman que la transición circular podría reducir en un tercio la necesidad global de extracción de materiales (Circle Economy Foundation, 2024). Esa eficiencia se basa en estrategias del “círculo interior”: reutilización, reparación, remanufactura y reacondicionamiento, que extienden la vida útil de los materiales, preservan valor y evitan la fabricación de reemplazos (European Environment Agency, 2019).
A nivel nacional, la HdRNEC proyecta una reducción de más de 75 millones de toneladas en el consumo de materiales al 2030 (MINAM, 2025). Para las empresas, esto implica menores costos de insumos, menos riesgos ante interrupciones y una ventaja competitiva frente a quienes mantienen modelos lineales.
Capitalizar esta oportunidad exige enfocarse en tres palancas estratégicas. Primero, el rediseño del valor: el potencial se define desde la concepción del producto; criterios como desmontabilidad o modularidad facilitan la recuperación de componentes. Segundo, medir el valor perdido mediante indicadores de circularidad, lo que genera ahorros y mejora el acceso a financiamiento verde, donde la medición de impacto es clave. Finalmente, impulsar la simbiosis industrial, donde los residuos de una empresa se convierten en insumos para otra, reduciendo costos y fortaleciendo cadenas de valor locales.
La circularidad trasciende el simple sello de sostenibilidad para convertirse en una disciplina de gestión esencial. Es la herramienta que maximiza el valor de los activos, optimiza la eficiencia material y asegura la resiliencia empresarial. Para el sector privado, su adopción ya no es una opción reputacional, sino una decisión estratégica ineludible con impacto directo en los resultados.
La economía circular no es el futuro, sino la ventaja competitiva del presente: las empresas que la integren no solo liderarán mercados, sino que definirán cómo se crea valor en la próxima década. ¿Está tu organización lista para capitalizarla?